miércoles, 30 de abril de 2008

Relatos....

LEJOS DE CASA....

A Blanca, como de costumbre, no le gustó el menú del restaurante de la esquina, y por primera vez después de seis meses decidió buscar otro rinconcito que le permitiera elegir entre algo más que legumbres y un gazpacho cuyo sabor aun no había podido definir.
Aquel traslado había dado un giro a su vida y aunque eran varios meses los que llevaba en aquella ciudad, no estaba del todo acostumbrada ni a sus gentes, ni al clima, ni siquiera a su nuevo apartamento donde aun se apilaban varias cajas de cartón repletas de recuerdos a los que no había tenido tiempo ni ganas de colocar.
Su vida, hasta entonces, se podía decir que habia sido estable y hasta incluso monótona, pero su nuevo trabajo había supuesto que todo cambiara de forma tan radical, que esa debilidad casi de fino cristal que la caracterizaba, se tuvo que reforzar con una gran coraza y aquella metamorfosis influyó negativamente en muchos aspectos, principalmente en su carácter, que se volvió bastante más agrio y eso a su vez, repercutió en su relación con los demás.
En la oficina, las dos chicas del fondo siempre susurraban cuando ella, con gesto indiferente, pasaba cerca, intentando mostrarse impasible ante aquellos murmullos que hacían la suficiente mella en su frágil autoestima como para sentir el temblor de sus rodillas mientras caminaba.
Después de unos cinco minutos andando sin rumbo fijo, paró delante de un pequeño local que llamó poderosamente su atención. La puerta del restaurante parecía invitar a todo aquel que pasara por allí. Pintada con colores llamativos, grandes macetones engalanados de numerosas flores y un móvil de los que se cuelgan sobre las puertas repleto de pequeñas gaviotas produciendo un gracioso tintineo debido a la brisa que se había levantado desde primera hora de la mañana, hacían de aquella imagen un lugar cuanto menos apetecible para visitar.
Una vez dentro, lo primero que vió fué a una señora de edad considerable que la recibió con una tenue sonrisa. Seguidamente y sin apenas mediar palabra, la condujo hasta una mesita pequeña pero muy bien decorada, entregándole la carta con gesto cortés.
Por un momento, y mientras la señora se alejaba de forma pausada, tuvo después de mucho tiempo una sensación de bienestar en aquella tierra en la que todo se forjaba en tristeza y soledad. Había algo en aquella estancia que la hacía sentirse un poco como en casa, y entonces, a diferencia de otras muchas veces, cogió el teléfono con los ojos llenos de lágrimas dispuesta a llamar a su madre y con toda la sinceridad que ella misma se había negado en multitud de ocasiones, se desahogó con ella, le contó sus penurias y le mostró su dolor al sentirse tan lejos de los suyos. Y mientras hablaba entre sollozos, comprendió que aquella tierra habría podido brindarle mil oportunidades, grandiosos logros, pero no algo que para ella resultaba mucho más importante, su lugar....

4 comentarios:

Carmen dijo...

Muy buen relato Neruda.
Llevo ya tiempo curioseando en silencio por tu blog. Llegué a ti por tu perfil, "La casa de los espiritus" es, y será siempre, el gran libro de mi vida.
Me gusta como escribes, MUCHO, así es que te tengo entre mis favoritos, como no.
Quería preguntarte si no te importa que te vincule desde mi blog, pégale un vistacito si quieres y me contestas. Si me dices que sí estarás entre los lugares donde me gusta perderme.
Un beso

neruda dijo...

Muchas gracias, me he sentido sumamente alagada con tu comentario, pero después de curiosear por tu blog puedo decir que tú no tienes nada que envidiarle a nadie. Sencillamente me encantó. Un beso.

Iván dijo...

Precioso relato, Neruda. Me gusta mucho como describes los sentimientos de los personajes. Creo que se alarga un poco la introducción y al final resuelves la trama un poco deprisa. Pero he sido capaz de visualizar el entorno y los sentimientos que despierta en el protagonista.
Hablo como lector. De escritor no tengo nada.
Un besazo!

neruda dijo...

Muchas gracias Iván... viniendo de tí y con lo bien que tú escribes me siento muy alagada.
Tengo que darte la razón en algo, el final siempre me cuesta. Incluso me pongo nerviosa y todo, y quizá por eso me precipito demasiado.