con sonrisas edulcoradas
tras un semblante que no sabe
reflejar luz,
y donde las sombras
vacían de vida
unos ojos cansados
de mirar solo hacia fuera,
porque lo de dentro
la ancla aún más
a su mísera realidad.
Tristeza que se le derrama
entre los dedos,
que no se atreve a pisar
por miedo a hundirse
en su propia
oscuridad.
Tristeza.
Su tristeza.
Esa que la absorbe,
aturde
y amedrenta...
Esa que, al final,
termina siempre definiéndola...