domingo, 7 de febrero de 2021

Mis relatos...


Batalla perdida...

Sara cogió aire como si tuviese que sumergirse en una piscina de tres metros de profundidad. Inclinó su cabeza buscando el contacto de su viejo coche y giró la llave varias veces, hasta que escuchó rugir bajo el capot de aquel Renault del 2001 el sonido de un motor que estaba prácticamente agonizando. Apretó con fuerza el volante con ambas manos, y se dirigió, como cada día durante los últimos 10 años, hacia un trabajo que le aportaba, no solo estabilidad económica, sino también la liberación de un pasado en el que no había existido prácticamente ninguna motivación.

Estas últimas semanas estaban siendo más duras de lo habitual. La situación actual, con la pandemia como protagonista, se había recrudecido, y algunos días costaba estar en primera línea de batalla.

Pulsó el botón de la radio en un intento de distraer su mente. Desde que sonó la alarma de su móvil a primera hora de la mañana, no habia podido dejar de pensar en Rubén.

En su última conversación, Sara no había encontrado respuestas, al menos no las que ella necesitaba. 

Rubén era sumamente inteligente. Siempre intentaba evitar una discusión, o cualquier tipo de polémica. Sabía perfectamente como encauzar la conversación a su antojo. A veces, disfrazaba la realidad con chascarrillos y bromas que no tenían demasiado sentido, o al menos no para Sara, que estaba bastante cansada de dejarse llevar, aun siendo consciente de aquella patética manipulación.

El sonido de un claxon la devolvió al mundo real. El semáforo ya estaba en verde, y el conductor del vehículo que tenía justo detrás, parecía estar más atento a las señales luminosas de aquel artilugio que ella.

Continuó la marcha con algo de nerviosismo por el despiste, y notó como sus mejillas se habían enrojecido. Bajó un poco la ventanilla para aliviar el calor de su rostro, y aquel pañuelo que siempre llevaba anudado al cuello le resultó, por un instante, sofocante.

En la radio había empezado a sonar "Total eclipse of the heart" de Bonnie Tyler, y Sara empezó a relajar los músculos de sus brazos. Su flequillo comenzó a revolotear sobre sus ojos, hasta que se apartó hacia los lados dejando su frente al descubierto. Le daba un aire desenfafado y mucho más juvenil. Su inseguridad le hacía esconderse detrás de ese gran flequillo que, a veces, tapaba parte de sus ojos, y que solía retirar con un soplido producido por una graciosa mueca. 

Comenzó a tararear la famosa melodía ochentera, y consiguió apartar a Rubén de su mente.

Aparcó muy cerca del trabajo, y justo cuando se disponía a bajar del coche, sonó el tono del whatssap, y casi de forma instantánea, su mente vinculó la figura de Rubén con aquel sonido. Buscó de forma nerviosa el móvil en su mochila. Era grande y con muchos compartimentos, y a veces parecía un pozo sin fondo. El nerviosismo comenzó a aumentar a medida que pasaban los segundos revolviendo el fondo de aquel viejo petate que hacia las funciones de bolso. Por fin se hizo con el móvil y pudo comprobar que, tal y como había imaginado, Rubén le había enviado un whatssap. Abrió la aplicación y una sonrisa se dibujó en su cara. "Buenos dias princesa. Ten un dia magnífico. Estoy contigo". Por mucho que estuviera disgustada, aquellos mensajes, siempre conseguían agradarla bastante más de lo que ella misma se permitía reconocer. 

Volvió a inspirar profundamente mientras cerraba sus ojos en un afán de coger la fuerza que pretendía otorgarle Rubén con aquel mensaje.

"Lunes", pensó con cierta tristeza mientras abría lentamente los ojos. Su relación parecía ser más "de diario", donde no solían entrar festivos ni fines de semana, en los que las ausencias eran más que evidentes. 

Bajó del coche confusa, como cada vez que analizaba lo esperpéntico de aquella relación, colocó la mochila en su espalda, se acomodó correctamente la mascarilla, y empezó a caminar con paso ligero. De nuevo llegaba tarde.

Entró en el super con la respiración agitada. Balbuceó de forma tímida el "Buenos días" de rigor, y casi sin levantar la cabeza se dirigió hacia los vestuarios.

Salió de ellos aun cabizbaja, y sin darse cuenta tropezó con uno de los clientes. Al levantar la cabeza, entre nerviosa y confusa, vió a un hombre de mediana edad, pelo canoso, barba descuidada y unos penetrantes ojos color café. No era cliente habitual. Apenas tuvo tiempo para disculparse, porque el señor en cuestión comenzó de inmediato a increparla de forma desagradable. El día no parecía haber empezado demasiado bien.

Sara se quedó inmóvil frente a él, sin poder articular palabra, mientras aquellos ojos color café parecían penetrarla hasta detectar su gran debilidad, porque después de una pausa, los improperios subieron de tono.

Ella percibía cada día el nerviosismo, miedo y desasosiego de muchos de los que pasaban frente a ella. Las circunstancias eran difíciles, y muchas personas parecían haber perdido humanidad, y este episodio solo se lo confirmaba.

Raquel se acercó alarmada por el fuerte tono de voz del cliente, que estaba empezando a cebarse con Sara. 

- "Discúlpeme señor, no lo ví" -, se escuchó por fin salir de forma tímida de la boca de Sara y, antes de que pudiera decir nada más, Raquel, su jefa, le pidió que atendiera la caja, mientras ella intentó calmar los ánimos del cliente. 

Se sintió pequeña, como tantas veces le habían hecho sentir en aquel trabajo, y recordó las palabras de Rubén: "Estoy contigo"... Cuánto lo necesitaba... aunque muchas veces había llegado a percibir que él no tenía la vida perfecta que intentaba venderle, y que, con mucha seguridad, Rubén la necesitaba mucho más a ella. 

Cuando llevaba la mascarilla no podía resoplar para apartar el flequillo de sus ojos, y con un gesto seco de su dedo índice, movió parte de aquel tupido flequillo que le impedía ver el visor de su caja registradora y se dispuso a empezar su jornada.

El ir y venir de la gente fué constante durante toda la mañana. Sara no habia podido moverse de la línea de caja. El incidente con el cliente la habia hundido en una profunda tristeza, pero en ningun momento dejó de sonreír con la mirada, como solía puntualizar desde que las mascarillas formaban parte de aquella cruel rutina.

Se esforzaba muchísimo en intentar agradar a cada uno de los que atendía cada día, aunque no tuviera un buen día, o algún problema la perturbara. Eso terminaba pasándole factura, pero era algo innato en ella, y le salía de forma natural.

No había tenido tiempo de ir a mirar su móvil, y en una escapada al baño, no pudo resistirse a abrirlo. Y alli estaba la huella de Rubén en forma de varios mensajes repletos de emoticonos de corazones. A veces pasaban los días tan solo enviándose diferentes emoticonos, hasta que ella se sentía ridícula y dejaba de responder a lo que no podía considerarse una conversación, sino más bien la necesidad de cubrir vacíos. Aquella relacion le otorgaba ilusión e increíbles emociones, pero también mucha inestabilidad emocional. 

Se habían conocido hacía ya casi cuatro años por puro azar en un bazar chino. Rubén estaba mirando unas cortina de baño, y Sara tan solo pasaba de largo por aquel pasillo, cuando él le pidió consejo acerca del color que comprar. Tiempo después Rubén le confesó que la vió nada más entrar en aquel bazar y que había llamado poderosamente su atención, y aquella mueca al resoplar para apartar su flequillo de los ojos mientras se decidía por el color de la cortina, había terminado de cautivarlo. A partir de ahí, sus vidas se habían unido de una forma un tanto peculiar. No se veían a diario. Era como una especie de noviazgo a distancia, aun viviendo en la misma ciudad. Ninguno habia querido renunciar a su preciada libertad.

La jornada terminó como cualquier otro día. 

Sara notó como moría un poco más. Era la sensación que tenía últimamente antes de irse a casa. Ni siquiera la figura de Rubén era capaz de darle la luz que necesitaba "aquella cajera de vida y alma gris", como ella misma solía definirse, y es que como bien dijo Neruda: "Si cada día cae dentro de cada noche, existe un pozo donde la claridad está aprisionada..."


Continuará... (O no...)

No hay comentarios: