miércoles, 24 de febrero de 2021

Tiempo de hambre...

No corren buenos tiempos...
No, no corren buenos tiempos para cuerpos fríos en busca de abrigo, de templanza, de una calidez que los envuelva y proteja.
No lo son para sueños que, oxidados, intentan volar hacia un infinito cada vez más incierto, ni para heridas que intentan cicatrizar a base de lametones y arrumacos que llegan desde insalvables distancias.
Tiempo de soledades impuestas, de ímpetus congelados, de desganas nutridas de apatia y resignación. Época de excusas que enquistan y atormentan almas sedientas de consuelo y de merecidos descansos.
Tiempo de hambre. Ansiosos apetitos que hacen rugir corazones vacíos, anémicos, capaces de mendigar voluntades...buenas voluntades...
Temporada de miserias, de manos vacías sin nada que ofrecer y nada por recoger. Manos cansadas de escarbar entre secas entrañas donde ya nada puede germinar.
No corren buenos tiempos, no... Tú y yo lo sabemos. Olemos a poleo seco y naftalina, repudiando aquellas viejas mariposas que ahora parecen alimañas.

Y la mayor tristeza, no es la escasez, la nostalgia o la penuria de este tiempo de prosa gris, sino la costumbre de ello hecha rutina...nuestra rutina... 

domingo, 21 de febrero de 2021

Abismo...


Su mente teje sin parar esa telaraña que aprisiona y paraliza sueños.

Solo sabe urdir viajes a profundos y oscuros agujeros, donde solo habitan seres imaginarios, cuya única misión es devorar ilusiones. Y el eco mudo de su garganta quiere hacerse hueco entre los despojos de quimeras que, a pesar de la masacre, siguen agonizantes esperando ser rescatadas de su verdugo.

Se empeña en enterrar cada atisbo de luz. Miedo de vivir en una superficie en la que no encaja...ni la entiende. Y ese corazón tímido e inseguro, que no permite visitas inesperadas, late despacio, sin hacer demasiado ruido.

Y cual malabarista recorre largas distancias sin mirar abajo, en esa cuerda floja que ella se niega a tensar, y con equilibrios sacados de su último poema, sobrevive, cargada de tinta y letras, a su propio abismo...

miércoles, 17 de febrero de 2021

Mis relatos...

 Batalla perdida... (Segunda parte)


Sus latidos habían disminuido hasta ese punto donde tienes que pararte a comprobar que el corazón sigue bombeando tu sangre. Sus pulmones estaban repletos de aire, el cual exhalaba con lentitud. Atrás habían quedado aquellas horas en las que el aire parecía no entrar en esas cavidades que intentaban funcionar bajo su pecho a medio gas, resultando a veces una labor que llegaba a dejarla exhausta... 

Y ahora, ya en casa, su mente parecía estar más abierta y despejada de lo que había estado en todo el día. Todo parecía cobrar sentido. Era más nítido, e incluso tangible. Pero necesitaba más tiempo aun para reflexionar sobre todo aquello que la asustaba, y anulaba....

Unos auriculares de un intenso rosa a su lado, sobre el sofá , y un par de libros aparcados en el suelo. 

La habitación estaba casi en penumbra, y las sombras de las que antes huía, ahora resultaban ser el refugio perfecto. 

Piernas flexionadas en una postura casi imposible ....y una paz inmensa en su mirada. 

Dibujaba con su dedo índice las líneas de algunos muebles, repasando cada forma como si pretendiera plasmar en el aire el escenario del que también ella era parte, y poder guardarlo en su memoria para disponer de él cuando tuviera la necesidad de ello. 

Sara apartó el pelo de su cuello, buscó en su móvil esa canción que escuchaba en bucle, acopló aquellos auriculares de color fosforito dentro de sus oídos y comenzó a tararear lo que parecía ser un nuevo himno en su vida.

Estaba segura de que aquellas canciones e incluso algunos escritos que aparecían frente a ella en muchas ocasiones, no lo hacían de forma casual, sino que por alguna extraña razón que no lograba comprender, la buscaban...vagaban percibiendo su energía, o sencillamente persiguiendo ese rastro de emociones que esparcía como un reguero desbordado de sensibilidad, nostalgia y melancolía. La cuestión es que eran una especie de señales que iban llegando a su vida en forma de música, o de maravillosos poemas, y desfilaban frente a ella, esperando ser escudriñados, descuartizados a veces, por el único don capaz de hacerlo de la forma más sutil y mágica: la capacidad de soñar.


Rubén había vuelto tarde de trabajar. Fatigado se dirigió ansioso hacia la ducha. Necesitaba soltar lastre y el agua conseguía por un instante arrastrar sus preocupaciones y tristezas por aquel desagüe.

Frotaba con fuerza su pelo con la toalla cuando Sara le vino a la mente. Fué hasta la habitación, dejando las huellas húmedas de sus pies descalzos por todo el pasillo...Al llegar al quicio de la puerta, miró el rastro de aquellas pisadas y, por un momento, le parecieron una de las pocas señales de su existencia, y es que desde hacía unos meses, parecía estar más en el mundo de los muertos que entre aquellos mortales que no le aportaban demasiado.

Se tumbó en la cama semidesnudo, intentando dejar en aquel colchón el estrés acumulado. No dudó demasiado en coger el móvil y buscar a Sara entre sus contactos. Ni él mismo sabía qué le conducía a buscarla. Quizá era más una necesidad para cubrir alguna carencia, que por un sentimiento real, pero lo que era indiscutible es que ella estaba presente en su día a día, y esa sensación lo reconfortaba. 


Sara mantenía sus ojos cerrados, como en una especie de hipnosis donde se sumergía cada vez que escuchaba música, y la vibración de su móvil la devolvió al mundo real.

Esbozó una ligera sonrisa. Era Rubén que, de forma divertida, la saludaba y le preguntaba como le había ido el día. 

Un whatsapp dejaba paso a otro con gran fluidez. Siempre fué fácil el diálogo entre ellos. Ambos tenían esa chispa capaz de enganchar al otro en una conversación y podían hacerlo durante horas sin perder por un instante el ritmo de la misma. 

Rubén era más culto. Tenía estudios universitarios, y esto unido a las experiencias en sus numerosos viajes, hacían de él un auténtico pozo de sabiduría, o al menos asi es como ella lo veía, pero a pesar de ello, él nunca presumió de estos conocimientos frente a Sara en ninguna de aquellas conversaciones. Hombre inteligente sin duda, con gran sentido del humor, don de gentes, con numerosas experiencias en su mochila particular y un encanto que despertó desde el principio en ella unas sensaciones demasiado agradables.

Sara era una soñadora nata. Extremadamente sensible, solo disponía de su capacidad para plasmar sentimientos en forma de escritos y diversos poemas. Era complicada. No dejaba a cualquiera entrar en su mundo, pero en aquella burbuja particular él se había ganado un sitio de honor.

Hacía demasiado tiempo que su relación no era la misma. Él era demasiado racional y eso contrarrestaba con la vehemencia de Sara, que siempre tuvo claro que estaba dispuesta a llegar más allá en aquella extraña relación. Durante más de dos horas, se intercambiaron decenas de mensajes y diferentes audios. Asi pasaban las veladas últimamente, detrás de la fría pantalla del móvil. Ella estaba completamente enamorada de él, y aunque en estos últimos meses habían estado distanciados, no había pasado ni un solo día en el que Rubén no hubiera hecho acto de presencia en su mente. En estos cuatro años, las idas y venidas habían sido la tónica general de la relación. El último desencuentro se había dado hacía un par de meses, y habría sido Sara la que tomaba la determinación de alejarse de él...-"cómo si fuera tan fácil",  solía pensar ella cada vez que intentaba reafirmarse en dicha decisión.

Aquella noche volvió a acostarse con la misma sensación: era una batalla perdida...


La alarma del móvil comenzó a sonar y sus ojos se dieron un tiempo hasta abrirse totalmente. Alargó su brazo y golpeó el móvil haciéndolo caer al suelo. En un movimiento ágil y rápido se sentó en la cama y recogió su cabello entre las manos para apartarlo de su cara. Se inclinó, lo recogió del suelo y nada más apagar la alarma...allí estaba: Rubén le daba los buenos días y le preguntaba qué tal había descansado. 

Su cara se iluminó. A solas no tenía que fingir, ni intentar demostrar que tenía la situación controlada. Acercó la pantalla del móvil hacia su pecho, y se inclinó hacia atrás hasta tumbar su espalda sobre el colchón. Volvió a poner el móvil a la altura de sus ojos y se dispuso a contestarle con un -"Buenos días Rubén...he vivido noches más intensas", seguido del típico emoticono guiñando un ojo. 

Se volvió a incorporar y comenzó a buscar las zapatillas por la habitación todavía a oscuras. No podía dormir si entraba ni un solo rayo de luz, y como si de un ritual se tratara, bajaba persianas y corría cortinas cada noche antes de acostarse. 

Consiguió encontrar solo una de las zapatillas, se la calzó y se dirigió al baño con una ligera cojera por la diferencia de altura en sus pies. Se paró delante del espejo, abrió el pequeño cajón de la derecha y cogió uno de sus coleteros. Lo sujetó entre los dientes mientras se hacía un recogido en el pelo con ambas manos, y lo colocó de forma rápida y descuidada. 

-"¿Qué puede ver en mí?..." No era la primera vez que se cuestionaba aquello, era algo así como una duda existencial que la martirizaba en numerosas ocasiones.

Hizo una mueca de despreocupación levantando ambas cejas y apretando los labios, y dejó aparcada y sin respuesta una vez más aquella pregunta.

martes, 9 de febrero de 2021

Si pudiera...


Hipotecaría cada latido para ofrecerle vida, y mezclaría el color de mis pupilas para teñir su plateado cabello.
Alisaría cada arruga con esmero, curtiendo con mis manos una piel castigada por los años.
De cada uno de mis suspiros, le regalaría el oxígeno más puro, para que nunca le faltara el aliento, y con las alas que prenden mis sueños, la llevaría en volandas para calmar cansancios.
Mi pulso, para mitigar temblores, y ese par de costillas flotantes, como bastón para que su paso fuese más firme y seguro.

Ya nada se tornaría borroso, porque la ventana de mi imaginación, quedaría perfecta en sus ojos...

Y amor. Amor para calentar sus pies en invierno, y su alma en interminables noches. Amor para sanar heridas y borrar cicatrices. Amor para protegerla. Amor para salvarla. 

Y nada de esto es mío... Ni los latidos, ni el aire que cala mis pulmones, ni el pulso, costillas o alas...ni siquiera el amor es mío... Todo me lo dió  ella...y a ella volvería si pudiese... 

domingo, 7 de febrero de 2021

Mis relatos...


Batalla perdida...

Sara cogió aire como si tuviese que sumergirse en una piscina de tres metros de profundidad. Inclinó su cabeza buscando el contacto de su viejo coche y giró la llave varias veces, hasta que escuchó rugir bajo el capot de aquel Renault del 2001 el sonido de un motor que estaba prácticamente agonizando. Apretó con fuerza el volante con ambas manos, y se dirigió, como cada día durante los últimos 10 años, hacia un trabajo que le aportaba, no solo estabilidad económica, sino también la liberación de un pasado en el que no había existido prácticamente ninguna motivación.

Estas últimas semanas estaban siendo más duras de lo habitual. La situación actual, con la pandemia como protagonista, se había recrudecido, y algunos días costaba estar en primera línea de batalla.

Pulsó el botón de la radio en un intento de distraer su mente. Desde que sonó la alarma de su móvil a primera hora de la mañana, no habia podido dejar de pensar en Rubén.

En su última conversación, Sara no había encontrado respuestas, al menos no las que ella necesitaba. 

Rubén era sumamente inteligente. Siempre intentaba evitar una discusión, o cualquier tipo de polémica. Sabía perfectamente como encauzar la conversación a su antojo. A veces, disfrazaba la realidad con chascarrillos y bromas que no tenían demasiado sentido, o al menos no para Sara, que estaba bastante cansada de dejarse llevar, aun siendo consciente de aquella patética manipulación.

El sonido de un claxon la devolvió al mundo real. El semáforo ya estaba en verde, y el conductor del vehículo que tenía justo detrás, parecía estar más atento a las señales luminosas de aquel artilugio que ella.

Continuó la marcha con algo de nerviosismo por el despiste, y notó como sus mejillas se habían enrojecido. Bajó un poco la ventanilla para aliviar el calor de su rostro, y aquel pañuelo que siempre llevaba anudado al cuello le resultó, por un instante, sofocante.

En la radio había empezado a sonar "Total eclipse of the heart" de Bonnie Tyler, y Sara empezó a relajar los músculos de sus brazos. Su flequillo comenzó a revolotear sobre sus ojos, hasta que se apartó hacia los lados dejando su frente al descubierto. Le daba un aire desenfafado y mucho más juvenil. Su inseguridad le hacía esconderse detrás de ese gran flequillo que, a veces, tapaba parte de sus ojos, y que solía retirar con un soplido producido por una graciosa mueca. 

Comenzó a tararear la famosa melodía ochentera, y consiguió apartar a Rubén de su mente.

Aparcó muy cerca del trabajo, y justo cuando se disponía a bajar del coche, sonó el tono del whatssap, y casi de forma instantánea, su mente vinculó la figura de Rubén con aquel sonido. Buscó de forma nerviosa el móvil en su mochila. Era grande y con muchos compartimentos, y a veces parecía un pozo sin fondo. El nerviosismo comenzó a aumentar a medida que pasaban los segundos revolviendo el fondo de aquel viejo petate que hacia las funciones de bolso. Por fin se hizo con el móvil y pudo comprobar que, tal y como había imaginado, Rubén le había enviado un whatssap. Abrió la aplicación y una sonrisa se dibujó en su cara. "Buenos dias princesa. Ten un dia magnífico. Estoy contigo". Por mucho que estuviera disgustada, aquellos mensajes, siempre conseguían agradarla bastante más de lo que ella misma se permitía reconocer. 

Volvió a inspirar profundamente mientras cerraba sus ojos en un afán de coger la fuerza que pretendía otorgarle Rubén con aquel mensaje.

"Lunes", pensó con cierta tristeza mientras abría lentamente los ojos. Su relación parecía ser más "de diario", donde no solían entrar festivos ni fines de semana, en los que las ausencias eran más que evidentes. 

Bajó del coche confusa, como cada vez que analizaba lo esperpéntico de aquella relación, colocó la mochila en su espalda, se acomodó correctamente la mascarilla, y empezó a caminar con paso ligero. De nuevo llegaba tarde.

Entró en el super con la respiración agitada. Balbuceó de forma tímida el "Buenos días" de rigor, y casi sin levantar la cabeza se dirigió hacia los vestuarios.

Salió de ellos aun cabizbaja, y sin darse cuenta tropezó con uno de los clientes. Al levantar la cabeza, entre nerviosa y confusa, vió a un hombre de mediana edad, pelo canoso, barba descuidada y unos penetrantes ojos color café. No era cliente habitual. Apenas tuvo tiempo para disculparse, porque el señor en cuestión comenzó de inmediato a increparla de forma desagradable. El día no parecía haber empezado demasiado bien.

Sara se quedó inmóvil frente a él, sin poder articular palabra, mientras aquellos ojos color café parecían penetrarla hasta detectar su gran debilidad, porque después de una pausa, los improperios subieron de tono.

Ella percibía cada día el nerviosismo, miedo y desasosiego de muchos de los que pasaban frente a ella. Las circunstancias eran difíciles, y muchas personas parecían haber perdido humanidad, y este episodio solo se lo confirmaba.

Raquel se acercó alarmada por el fuerte tono de voz del cliente, que estaba empezando a cebarse con Sara. 

- "Discúlpeme señor, no lo ví" -, se escuchó por fin salir de forma tímida de la boca de Sara y, antes de que pudiera decir nada más, Raquel, su jefa, le pidió que atendiera la caja, mientras ella intentó calmar los ánimos del cliente. 

Se sintió pequeña, como tantas veces le habían hecho sentir en aquel trabajo, y recordó las palabras de Rubén: "Estoy contigo"... Cuánto lo necesitaba... aunque muchas veces había llegado a percibir que él no tenía la vida perfecta que intentaba venderle, y que, con mucha seguridad, Rubén la necesitaba mucho más a ella. 

Cuando llevaba la mascarilla no podía resoplar para apartar el flequillo de sus ojos, y con un gesto seco de su dedo índice, movió parte de aquel tupido flequillo que le impedía ver el visor de su caja registradora y se dispuso a empezar su jornada.

El ir y venir de la gente fué constante durante toda la mañana. Sara no habia podido moverse de la línea de caja. El incidente con el cliente la habia hundido en una profunda tristeza, pero en ningun momento dejó de sonreír con la mirada, como solía puntualizar desde que las mascarillas formaban parte de aquella cruel rutina.

Se esforzaba muchísimo en intentar agradar a cada uno de los que atendía cada día, aunque no tuviera un buen día, o algún problema la perturbara. Eso terminaba pasándole factura, pero era algo innato en ella, y le salía de forma natural.

No había tenido tiempo de ir a mirar su móvil, y en una escapada al baño, no pudo resistirse a abrirlo. Y alli estaba la huella de Rubén en forma de varios mensajes repletos de emoticonos de corazones. A veces pasaban los días tan solo enviándose diferentes emoticonos, hasta que ella se sentía ridícula y dejaba de responder a lo que no podía considerarse una conversación, sino más bien la necesidad de cubrir vacíos. Aquella relacion le otorgaba ilusión e increíbles emociones, pero también mucha inestabilidad emocional. 

Se habían conocido hacía ya casi cuatro años por puro azar en un bazar chino. Rubén estaba mirando unas cortina de baño, y Sara tan solo pasaba de largo por aquel pasillo, cuando él le pidió consejo acerca del color que comprar. Tiempo después Rubén le confesó que la vió nada más entrar en aquel bazar y que había llamado poderosamente su atención, y aquella mueca al resoplar para apartar su flequillo de los ojos mientras se decidía por el color de la cortina, había terminado de cautivarlo. A partir de ahí, sus vidas se habían unido de una forma un tanto peculiar. No se veían a diario. Era como una especie de noviazgo a distancia, aun viviendo en la misma ciudad. Ninguno habia querido renunciar a su preciada libertad.

La jornada terminó como cualquier otro día. 

Sara notó como moría un poco más. Era la sensación que tenía últimamente antes de irse a casa. Ni siquiera la figura de Rubén era capaz de darle la luz que necesitaba "aquella cajera de vida y alma gris", como ella misma solía definirse, y es que como bien dijo Neruda: "Si cada día cae dentro de cada noche, existe un pozo donde la claridad está aprisionada..."


Continuará... (O no...)

sábado, 6 de febrero de 2021

Llueve...

Llueve fuera, y le llueve dentro. Y en cada charco se vislumbra el reflejo difuso de aquella que siempre quiso ser.
Y cuenta cada gota que, impasible, golpea sueños y emociones... Tres mil cuatrocientas veinticinco, veintiséis... Su nostalgia, empapada, intenta sobrevivir al frío de húmedos recuerdos y finales llenos de lodo y fango.
Ya van tres mil cuatrocientas veintisiete sacudidas, pero ninguna de ellas ofrece consuelo ni misericordia. Cargan su peso en pasados llenos de errores y presentes repletos de dudas.
Un alma calada grita con silencios en medio de la tempestad, y un eco mudo apodera una lucha contra la afonía de una garganta que se ahoga y enmudece.
Llueve. Tres mil cuatrocientas veintiocho, veintinueve... Resignada, espera un arcoiris, o el calor de un sol que evapore miedos y florezca ilusiones. Pero el soñar con calidez y vivos colores la hizo, de nuevo, perder la cuenta...

Una, dos, tres... Sigue lloviendo sobre mojado... 

martes, 2 de febrero de 2021

Mis zapatos....

Observaba sus nuevos zapatos. Eran de un azul brillante. No le apretaban y parecían estar hechos para aquellos cansados pies. En ellos eran evidentes algunas señales de viejas heridas, vestigios de otro calzado un par de números menor del necesario. Con ellos había caminado durante años. Había encogido sus dedos con la convicción de que podría acostumbrarse a ellos. Sus talones habían sangrado en alguna ocasión, y ponía paños calientes en los bordes durante la noche, con la esperanza de ablandar aquellos incisivos filos que se clavaban cada día en su piel sin compasión. Pero fué inútil, siempre volvían a herirla...

Y allí estaban aquellos nuevos zapatos. Tacto de terciopelo e interior confortable y acogedor. Puntera de una purpurina que parecía cobrar vida con los rayos de sol. Tacón suficiente para otorgarle el estilo que durante tanto tiempo se vió empañado por arrastrar unas suelas de esparto gastado y maltrecho. 

Y lo que más le gustaba era aquella plateada hebilla que ajustaba a la perfección la delgada correa a su tobillo. Era la sujeción justa que necesitaba para caminar sin temor de volver a dar algún traspié. 

Sonrió. Se acabaron las llagas y el llevar siempre la mochila cargada de tiritas y algodones que solo calmaban efímeros momentos. Se acabó el convivir con ese monótono sonido que producían sus pies al arrastrar, lo que en su momento parecían, auténticas losas. 

Y dispuesta a caminar sin descanso, se levantó con una seguridad inusual hasta entonces en ella, porque lo que no dijo Machado en su momento en aquel "Caminante no hay camino, se hace camino al andar...", era que había que elegir bien el calzado a llevar para "hacer camino" sin morir en el intento....

lunes, 1 de febrero de 2021

Cometas....


Sus sueños eran cometas lanzadas al viento, sin cuerda suficiente para alcanzar las nubes más altas.
Días cuadriculados. Controlados por un ritmo autómata y frenético que estrangula cualquier ápice de libertad. 
Una nostalgia que la mece y adormila, sin otorgarle la oportunidad de reinventar la vida...su vida.
Y amarrada a esa gravedad que ancla quimeras y domina pasiones, ve pasar alguna que otra primavera, varios otoños y muchos inviernos, hasta que la calidez de algún verano  la hace resurgir ávida de soltar cuerda, aunque termine perdiendo cometas...