Se multiplica como una plaga silenciosa y, haciendo guardia, espera un momento de debilidad para embriagar de sequía un cauce de vieja savia.
Tristeza que encumbra miserias, nostalgia y olvido, cobrando peaje a quien penetra en pieles ajenas para desnudar... y abrigar.
No miro su cara, ni las cuencas vacías de unos ojos que roban realidades; mi realidad, y la que a golpe de anhelos, llegó a ser también la tuya.
No desaparecerá con susurros huérfanos de verdad, ni juegos de palabras capaces de exaltar egos a costa de hundir vanidades.
Habita en mí, tomando una posición privilegiada y, reuniendo un ejército de sombras, tiñe de oscuridad compromisos y talantes encarnados, maquillados quizá, para salvarme de ella... y de mí misma.