Odio buscar la fecha de caducidad de sensaciones añejas de sabor, y efímeras de valor, o despertar en el séptimo cielo, e irme a la cama oliendo a azufre y a piel calcinada.
Detesto encerrar la inteligencia bajo cien candados, para dejar en libertad frases disfrazadas de banales y ridículas excusas.
Me molesta bailar siempre al mismo son, sobre todo cuando no soy yo quien marca el ritmo, ni elige lugar, día y hora para bailarlo.
Y aun así, miro tras velados cristales, sigo buscando emociones llegando a su término, he confiado a la torpeza la llave de centenas de candados, y bailo tras impuestos compases... Y quizá vivir entre tanta contradicción venga dado por la necesidad imperiosa de encajar en todos los puzzles, salvo en el mío propio...
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