El verdugo no fue la trampa, si no la locura que te envenenaba y empujaba a dar el siguiente paso.
Y dolió. Dolió en las tripas, en el pecho, en los ojos y en la boca, incluso en los huesos cual humedad incrustada.
Y el valor se tornó decepción, y las ganas miseria... Y aquella mudez que vestías de verdad, firmó al fin tu sentencia.
Pobre alma ingenua... tuviste que morir para aprender que algunos silencios, también mienten...
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