donde quemar las palabras
que no puedo tragar.
Atizar las ascuas y rellenar
con ardientes pavesas las cuencas
de unos ojos vacíos de razón
y vanos de verdad.
Que escaparan en su humo
los perdones que no siento,
y esa vehemencia que envenena
frágiles corduras.
Y emanaría ese inconfundible olor
a amor quemado incluso
mucho antes de arder,
tiznado ya por cenizas
de pretéritos fuegos
que nadie supo avivar.
Llamas que devorasen
indulgencias no merecidas
ante lobos disfrazados
con suaves lanas.
Deseo ser ese Prometeo
que robe el fuego donde
prendan tus culpas y consuman
mis ganas.
Y entre llama y llama
salvarnos del invierno
de tu cuerpo y
del infierno de mi boca...
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